Cuarenta y nueve del 16

Juanjo Brizuela
4 min readMay 1, 2020

Lo primero que decidió fue guardar el reloj en el armario y que el despertador digital que le regalaron el día de Reyes de hace 2 años, se quitara ipso facto de la mesilla de su lado izquierdo de su cama. Para qué saber la hora si a partir de este momento le daba exactamente igual la hora que fuese tras anunciarle:

“Lo sentimos mucho, tiene que estar mínimo 15 días totalmente aislado en su habitación. Nada de contacto exterior por su bien y por el de su familia. Y esté lo más tranquilo que pueda, tenga calma. No piense que nos es fácil decirle esto, pero es la mejor manera de irse recuperando. Los días se harán largos pero reitero que es la única manera para que esto pase rápido y bien. Le llamaremos todos los días para hacer el seguimiento. No se preocupe. Cualquier síntoma extraordinario, no dude en llamarme a este teléfono. Me llamo Flor, pregunte por mí. Cuídese mucho por favor”.

Un minuto y treinta y siete segundos de charla se convirtieron en centímetros y centímetros de herida que un puñal surcaba suavemente en las profundidades de estos por qué’s que los humanos nos acostumbramos a llenar en nuestras mochilas personales. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Y ahora?. Ni siquiera las lágrimas, que suelen aparecer en estos casos, se atrevieron a acompañarle tras este momento. Eran conscientes de que poco podían aportar, y con el paso de los años, superada y celebrada la cincuentena, aprendieron que en determinados momentos lo mejor es quedarse a resguardo y que no te vean. Su pareja bajó la cabeza como las hojas de otoño, alicaída, medio rota, como una derrota en el último segundo cuando creías que estaba todo controlado. Sabíamos y dominábamos la partitura pero alguien decidió cambiar la obra a interpretar. Las lágrimas decidieron que era mejor aparecer en el rostro de ella: “Abre los brazos en cruz por favor, sí, eso es, así, y ahora poco a poco vete cerrándolos y date un abrazo a ti misma: soy yo. Luego te llamo. Me cuidaré”.

“Puedes ya puedes salir con calma. Clavado, hoy es el día quince. Asegúrate de la temperatura pero si llevas ya 5 días sin fiebre y tienes apetito puede estar todo controlado. Enhorabuena, te has portado genial pero nunca fiando. No está siendo fácil. Pero enhorabuena. Sigue cuidándote mucho. Gracias a ti. Espero verte en la consulta para hacer una mejor revisión dentro de dos semanas. Pero te volveré a llamar en un par de días o así, ¿de acuerdo?. Cuídate mucho. Gracias a ti. Sí, un beso fuerte.

Uno descubre que con el silencio se llega a entablar una relación más que de amistad. Le confiesas tus miedos, tus preguntas que siempre responde, eso sí, dale tiempo. Incluso siempre es fiel a sí mismo y está de cuerpo presente ahí todo el rato, por si acaso. Porque estar siempre está. Es tu mano izquierda, además es la izquierda, la de la calma, la del reposo, la de contar hasta diez y respirar. Y te das cuenta de que es así. Pero además del silencio, de los led del techo que te enfocaban cuando peor estabas y te daban la Luz con mayúsculas, de la ventana a tu izquierda con la que una porción de la realidad se presentaba cada día, con la vecina de enfrente y su hija, qué maja, que todas las tardes después de comer te decía ¡hola! con su mano, y de esos tres libros que te has zampado en estos días, con lápiz al lado, como a ti te gusta; digo que si hay algo que has descubierto es el poder de la voz, de una voz que de lo eléctrica que sonaba, pasó de ser la tranquilidad y la compañía que necesitabas a pura belleza que insuflaba la energía para recuperarte lo más rápido posible. Una voz. Hablar. Escuchar, sobre todo escuchar. Escuchar una voz, una palabra. Ahí sí que no te extrañe que sea el silencio quien te convenza de ello: no hables, calla y escucha, eso te ayudará más.

“¡¡ Hola … soy Flor, qué bien te veo!!”.

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Juanjo Brizuela

Prefiero ser optimista. Consultor Artesano en branding, planning y comunicación en un entorno digital. Buscando conexiones entre marcas y personas. Escribo.