Dieciséis del 23

Juanjo Brizuela
4 min readAug 27, 2023

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[ Fotografía de Lucía Brizuela Ochoa de Alda ]

“¡Pues ya estoy aquí! Maleducamos al sentido del olfato. Fue entrar en el portal de casa y ser avasallado por una mezcla de olores y a su lado un batiburrillo de sensaciones y momentos a toda velocidad que te dan la bienvenida a tu hogar. Mira que ha habido veces que la diferencia entre casa y hogar ha salido en nuestras conversaciones. Estuve un buen rato en la entrada al portal, mirando las casas como si fuera la primera vez que llegaba ahí, tratando de interpretar las vidas que navegan en el interior de las casas del vecindario. Me saludaron varias personas como si no hubieran pasado los días, todo normal, “¡hola qué tal vas!”, “¡buenas!”, “¡venga a hacer cosas!”, “¿qué, de espera?”. Si supieran.

“Me resisto a pensar que he vuelto mejor o diferente a como me fui. Seguro que hoy no lo sabré, ni mañana, ni probablemente ni falta que hace. Estas dos semanas fuera de casa, fuera de ti, de la rutina diaria, fuera de un yo que no reconocía, fijo que lograrán “algo” que sea medio reconocible o al menos que no me haga bajar la cabeza cada vez que se cruzan mis miradas en el espejo de mi vida. Si entonces me dolía, estos últimos días este examen al menos lo he podido aprobar. De la misma manera que me ha costado pasar por delante de mi buzón, ese pequeño espacio rectangular de madera con nuestras iniciales puestas a modo de acertijo que a la gente de Correos tanto molestaba, donde desde su interior asoma un misterio que nunca hemos sido capaces de adivinar: ¿habrá algo?.

“Me he quedado sentado en los peldaños del portal esperando que del buzón saliera una señal que me hiciera un gesto. Pensaba mientras tanto en la despedida de ayer de Alma y Clara. Tengo que volver, les confirmé que les ayudaré, pero les pedí que me concedieran un poco de tiempo para asentarme unos días en casa, que tenía que ordenar algunos papeles oficiales y ya les avisaría para fijar mi retorno y ponernos en faena. Me regalaron mermelada, miel y un libro que según me dijeron me ayudaría a ver las cosas de otra manera. A quienes leemos por necesidad, un regalo así tiene siempre un toque mayor de felicidad, porque cuando no eliges acabas por mirar la vida con esa inocencia que perdemos conforme tomamos ciertas decisiones, aunque sea la de elegir cuál es el siguiente libro por leer, o cuál es el siguiente paso de tu vida.

“El viaje de vuelta en autobús lo pasé en una duermevela constante y tenía ganas de sentarme en la butaca de mi salita. Ha sido de las veces que menos gente veníamos en el autobús. Me extrañó pero lo agradecí para escoger el asiento que da a la salida por la puerta de en medio, donde poder reclinarme sin molestar a nadie. Leí, dormí, volví a leer, otra vez dormí, me inquietaba pensar qué me encontraría a la vuelta a casa. Pues ya estaba aquí, sentado en el portal, con las llaves en la mano, frotando con mimo la del buzón cual mago en su previo al truco por descubrir y la sala llena de expectación por saber qué pasaría. La vida tiene magia, querida, pero no tiene trucos.

“Subí los treinta y cuatro peldaños que me dejan en el tercero derecha, con la carta en la mano. Temblaba y no de frío. Tuve en esos apenas dos minutos de trayecto la tentación de abrir la carta, de bajar y volverla a meter al buzón, de guardarla en la mochila, incluso de salir a la calle y tirarla al contenedor de papel. Pero la llevaba conmigo, en mi mano izquierda, mientras que los dedos de mi mano derecha colocaban palpando estratégicamente las llaves para abrir la puerta de la casa. Dos semanas fuera de casa, otras tres casas visitadas, tres pueblos diferentes, dos costeros, uno de verde montaña, fiestas en un pueblo, sol, nubes, lluvia suave y furiosa, calor y frío, sobre todo por dentro, muchas personas conocidas y tú esperándome en la entrada de casa nada más abrir la puerta. Te quiero.

Dieciséis del 23. Dieciséis.

Quiero darte mis más sinceras y humildes gracias por dedicar una pequeña parte de tu tiempo de estos dieciséis días a pasarte por aquí. GRACIAS.

Otro año más quería plantearme este reto veraniego, para caminar contigo junto a aquello que nos une a las personas: las historias compartidas. Saber que estarías línea tras línea siguiéndome me daba a primerísima hora de la mañana la energía que necesitaba para hacerlo.

Solo por esto me merece la pena. GRACIAS.

Gracias también a mi hija, Lucía Brizuela Ochoa de Alda, que me ha acompañado en este viaje con sus ilustraciones y esta vez sus fotos. Vuelve a demostrar que es sobresaliente, siempre.

Hoy además es un día especial para mí y mi familia. Va por ti, aita; espero que no falte de nada. Nos seguiremos viendo y espero que leyendo. ¡Salud!.

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Juanjo Brizuela

Prefiero ser optimista. Consultor Artesano en branding, planning y comunicación en un entorno digital. Buscando conexiones entre marcas y personas. Escribo.