Doce, hasta dieciséis

Juanjo Brizuela
4 min readAug 23, 2023

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“¡Hola otra vez! Fue tan de tranqui el día de ayer que necesitaba como fuera activarme. Fede, de nuevo, me propuso un plan. Llegó como de costumbre temprano a la casa y según bajé a desayunar a la cocina –nunca desayuno en el salón sino en la mesa de la cocina, con él y sus dos personas de servicio, porque así me lo indicó el mismo día que llegué– me planteó una idea: “¿te parece que nos preparemos algo de comer, unos bocadillos y alguna cosa más, y subimos a ese alto de ahí?” mientras me señalaba desde la ventana de la cocina con su mano la zona hacia la que osaríamos ir. La mañana invitaba a pasear: más nubes que claros pero no lo suficientemente gris como hace unos días, y temperatura más bien fresca. Su “no te preocupes por la ropa, te dejo algo que tengo por aquí” ayudó a apuntarme a la excursión.

“Fede es un tipo de mi edad, cuarenta y siete, y lleva regentando la casa desde hace cinco años, “mis abuelos conocían a una familia oriunda que quería quitársela de en medio porque no podían atenderla, así que me animé con ayuda de mi padre y de mis hermanos”, me dijo. Tenía una especial relación con este pueblo, sin mayor vínculo que venir de adolescente con sus amigos a sus fiestas, en estas fechas, y alguna vez de pasada para hacer monte y bicicleta. “Tiene algo especial que no he encontrado en los pueblos de mi familia, es un pueblo pequeño que parece una familia grande”, me explicaba mientras paseábamos entre los robles y las encinas antes de abordar las primeras rampas hacia el monte. Reímos mientras nos contábamos historias de fiestas de verano, de ir de pueblo en pueblo como si tacháramos una lista de deseos por cumplir, de los escarceos de parejitas y la cantidad de gente que conocías conforme pasaban los años.

“Fede no tiene relación estable, aunque “sí, te lo confieso, con la chica que me viste en la cena, tenemos cierto rollo, digamos, pero sin más”. Pasó por varias etapas que no llegaban a la estabilidad de una pareja y me revelaba que conforme va pasando el tiempo uno se va volviendo más individualista y sin llegar a ser huraño, le da cierto reparo comprometerse tanto, “…y no es un aquí te pillo, sino que quiero esa libertad de poder tomar decisiones sin estar pendiente de la la conformidad, o no, del otro lado. Te acostumbras a eso y es difícil dar el siguiente paso”, me explicaba. Da la sensación que tiene seguridad en sus razonamientos, firmeza y una sensibilidad que uno no sabe si lo hace para esquivar las preguntas o simplemente es para no incomodarse más de la cuenta, “… estoy cerca de los cincuenta y siempre me pregunto, ¿ahora una relación, para qué?”. No sé si es convencional o tradicional, no sé bien si es por un hecho individual o entender la pareja como uno solo, pero esa pregunta me resonó mucho: “¿ahora una relación, para qué?”.

“Hollamos la cumbre pasadas tres horas desde que comenzamos la subida-charla, bueno, cumbre, cumbre, un altillo que sí que tenía unos buenos repechos y estaríamos cerca de considerar casi “subida a monte”. En la bajada encontramos un lugar para zamparnos el tentempié, vistas preciosas al valle donde se encontraba al pueblo y la satisfacción de que con poco puedes lograr mucho. La bajada me tocó a mí “desnudarme” con mi vida, con por qué elegí este sitio para venirme unos días, los motivos que ya hemos hablado, quién era esa chica que me acompañó un par de dís, qué pretendía hacer los días siguientes, si volvería a hacer lo mismo o lo enfocaría de otra manera y cómo eres. En este pregunta me miró confirmando algo que ya estaba barruntando desde hace pocos días: “vuelve, cuando hablas de ella lo haces de otra manera”.

“La bendita ducha, al llegar pasada la media tarde, siempre es doblemente reconfortante; el agua fría equilibra la temperatura y te deja como levitando, y el tiempo que pasas bajo el agua te invita a pensar, a mí al menos, siempre he conseguido encontrar otro punto de vista que era incapaz de descubrir. Otra vez el porche hizo de guarida mientras leía una de tus cartas que me traje. Pies en alto, una taza de café con hielo, ropa ligera, vistas cómplices, cielo que se liberaba de las nubes y el sol que empezaba a despedirse del día, y tu letra y tus frases que me sacudieron cuando leía eso de “tengo que irme fuera unos días, necesito alejarme de ti, necesito encontrarme y saber qué quiero porque no lo tengo claro. No te preocupes, no te llamaré. Aio”.

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Juanjo Brizuela

Prefiero ser optimista. Consultor Artesano en branding, planning y comunicación en un entorno digital. Buscando conexiones entre marcas y personas. Escribo.