Seis, dieciséis
Sonó tan fuerte el golpe en el lateral de la furgoneta que del susto del impacto me di con las rodillas y los codos en la pared del interior. No sé si me dolió más el golpe, el susto en sí, lo que ha podido pasar fuera o despertarme de esa manera mientras tenía un sueño, que no recuerdo bien qué era pero iba de encuentros, de las risas de las primeras frases tras el mismo y de amigas y amigos que salían y entraban como si de un desfile carnavalesco se tratara.
Cuando decidí que una parte de mi nueva vida transcurriría haciendo kilómetros de búsquedas de no-sé-qué en una furgoneta, no me imaginaba semejantes sobresaltos. No acabo de acostumbrarme, ni al zamparme carreteras, ni al silencio tan diferente de las buenas noches, ni al frescor matinal en el que busco acurruco en el interior, en el espacio o en mí mismo. Eso sí, despertarme levantando una pizca la persiana de la ventana, eso ya es otra cosa. Será que tendré que empezar por algo así.
Vaya niebla había ahí fuera. A esto de recibir el primer momento del día en primera persona tan ya mismo, también me cuesta. Este lado no tenía nada. Necesitaba descansar un poco más, llevo demasiada tralla o simplemente quitarme de la cabeza lo que pasó el domingo pasado. Sigo sin creérmelo, no me esperaba semejante reacción, ni esas palabras, no entiendo por qué. Quizá sea así pero “¿qué hace usted ahí?…oiga, oiga, ¿qué le pasa?”.
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