Siete, dieciséis
Hay un lugar en cada habitación que se convierte en la fortaleza más inexpugnable que existe. Recóndita, oculta, al alcance solo de la ilógica, escondida entre los asuntos del hoy y habitada por las lágrimas, los “algún día” y los “esto es para ti, guárdalo”, que nos abren una pequeña grieta en nuestra personalidad a modo de muescas que forjan nuestro carácter. Hay un lugar en cada habitación al que no acudimos siempre pero que siempre está ahí, a tu alcance. Y solo lo sabes tú.
La puerta de entrada a la casa tenía un ángulo muy preciso desde la butaca del salón. Tenías que girarte solo un poco hacia tu derecha y echar la cabeza atrás para ver cómo se abría. Cada día, hacia el mediodía, Nadia se sentaba en esa butaca. De pequeña era lo primero que hacía nada más llegar del colegio, dejaba los libros en la cocina, se descalzaba y buscaba el abrazo cálido de la butaca marrón. Lo que le había pasado se sentaba ahí, con ella, igual que sus sueños emergían con facilidad si cerraba los ojos, incluso pintaba en el techo del salón trazos, líneas y desordenaba colores como si de un gran lienzo se tratara. Pensaba y giraba su cabeza, soñaba y giraba su cabeza, pintaba y giraba su cabeza. Era oír girar la llave en la puerta y se levantaba tan rápido al recibidor a darle todo el sentido a la palabra recibir.
Aquel día, y con unos años más sobre sus espaldas, rescató por un instante la caja de su habitación. La pieza preciada, el tesoro de su pasado, tomó vida como quien vuelve a dar cuerda a un viejo reloj. De ella, de su caja, aparecieron pequeños lienzos, dibujos que estaban perfectamente cuidados. Según los miraba los dejaba cuidadosamente en la mesa de al lado de la butaca. No los perdía de vista, un instante, un silencio de diálogo con ellos, un dedo que recorría pasajes conocidos, un suspiro tras otro. Sonó la puerta de casa, un timbre cansado ya de tantas llamadas esperadas, e inesperadas. Buscó el ángulo que daba con la puerta, como hacía siempre, desde muy pequeña, hacia su derecha y hacia atrás, pero esta vez la puerta no se abrió.
Si quieres, puedes leer aquí el resto de relatos