Diez, dieciséis
– “A estas alturas, aventuras pocas”.
Ely la miró queriendo asentir de manera cómplice cuando lo que en realidad pensaba era que ella sí que lo estaba, o las necesitaba. Los vacíos comenzaban a tener demasiada profundidad y había que llenar alguno de ellos, al menos los que estuvieran en su mano. Mara, su hermana, cambió la vista, tan bruscamente que su pelo marrón con mechas doradas tapó casi del todo su cara al girar su cabeza al otro lado de la calle, como buscando allí la siguiente frase de un nuevo capítulo de su vida.
– “No me importó nada cambiar de ciudad, no me importó empezar en otro trabajo, no me importó lanzarme a un vacío aunque me advirtierais de que era así, pero ya no, ya no”.
Mara lo soltó con la rotundidad de quien está harta y con la mirada de la depredadora que atisba una nueva presa, al acecho del instante previo: punto y se acabó. Echó un poco más de su té verde en la taza y puso sus dos manos sobre la taza. Ese aroma le recordó a aquellas ocasiones en las que se sentaban en la mesa de la cocina de casa, bien pasada la noche, en la que se confesaban con tal desenfreno, cortándose entre ellas, saltando entre las frases, sin apenas tiempo de digerir las aventuras de una y otra.
Ely quería contar a su hermana que las oportunidades se deben de tomar. Que qué sería de la vida sin tenerlas, sin pensarlas un día, dos o apenas un par de horas, que surjan entre las rutinas que nos acortan los días. Que son ellas, las oportunidades, sobre todo las que vienen a tu encuentro, las que abren un camino que no exploraste jamás, como la puerta que se abre y desprende una luz y no oscuridad. Que no quería seguir la senda del otro día más para escoger el camino del “ahora por aquí”, del “tiempo nos dará la razón” y abandonar el del “pero ya no”. Ella quería cruzar esa puerta y darle una oportunidad al no saldrá bien o al te lo dije.
– ¿No eras tú la que me dijiste que tenías un plan?.
– Sí, lo tengo.
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