Catorce, dieciséis
Aunque dejó ya de fumar hace unos años, después de aquel aviso, salió a la calle con el mismo rictus que entonces, a tomar el aire que sentía que le faltaba hace unos minutos. Ni nos enseñan ni aprendemos después que los avisos aparecen siempre en momentos inesperados, a pesar de que estemos entretenidos en escondernos de las señales que emiten a lo lejos. Como si moviéramos un poco de sitio la sombrilla de nuestra vida para ocultarla de esos rayos de las advertencias que nos dan de lleno, que se tapan pero no acaban de desaparecer.
“No le perdáis de vista, esto va a más y necesitará gente cerca suyo” fue la receta que extendió el médico tras la exploración. Un tropezón que derivó en una caída que le hizo golpearse con el lateral de una furgoneta color blue metalizada aparcada junto a uno de los miradores que daban al puerto de la playa. Alguien comentó entonces que no le preocupaba lo de la compañía ni la atención que requeriría, “tiene familia, muy cercana además” dijeron, pero con ese “esto va a más” sintió el mismo vértigo que cuando sentenciaron el estado de su madre hace unos años. Eso le cambió del todo su vida y con esta era ya la segunda vez que lo oía.
Vinieron después el hombre de la cafetería, una señora mayor con otro hombre, con los aparejos de pesca envueltos de cualquier manera y dos chicas con la cara sonrojada, quiso entender del esfuerzo de llegar a tiempo aunque un poco tarde tras el veredicto. Las urgencias y probablemente el carisma son las razones para que personas de diferentes entornos se reúnan alrededor de algún ser querido. Muy querido por lo que parece. “Ahora venimos, a ver si encontramos al médico y estamos con nuestro padre”. Una lágrima descendía de la que parecía la más joven, su otra hermana tomó la delantera sin mirar atrás y justo se le oyó decir “me lo veía venir”.